Con la tolerancia se hacen amigos (Cuento ganador del Certamen de cuentos del Aljarafe)

 

Aún recuerdo el día en que Marua llegó por primera vez a clase. Se veía que era una chica muy tímida, la profesora la presentó a toda la clase y ella siguió con la cabeza agachada. Anduvo un par de pasos hasta llegar al último pupitre de la clase, que era el único que estaba vacío.

Allí permaneció toda la mañana sin decir ni una sola palabra. Yo, que soy una chica bastante callada, a la que le cuesta hacer amigos, no dejaba de mirarla intentando que dijera algo. Era como esas chicas que salen en el libro de Religión cuando se habla sobre el Islam, el Corán y la cultura musulmana.

Pero a mí realmente me atrajo de ella el pañuelo que le cubría la cabeza. No entendía por qué la profesora nos hacía quitarnos las gorras en clase y ella seguía con el pañuelo sin que nadie dijera nada.

Pasaban los días y mi curiosidad crecía, sin embargo, permanecía igual, callada, en el último banco y sin relacionarse con nadie, ¡Me daba pena!

Los compañeros de clase la llamaban “la chica rara”, y a mis amigas, no les gustaba la idea de relacionarse con ella, por lo que pasaron otros tantos días sin que me atreviera a hablarle.

Recuerdo el día en que, estando en el recreo, tropecé con ella. Ese fue el inicio de una conversación que duraría hasta la vuelta a clase. Me había gustado tanto hablar con ella que a la salida de clase lo único que deseaba era volver al día siguiente para volver a hablar con ella.

A la mañana siguiente cuando llegué a clase, Marua ya estaba sentada en el último pupitre de la clase, como todos los días. Sin pensarlo, recorrí toda la clase hasta llegar y sentarme en el último pupitre junto al suyo. Todos mis compañeros me miraron y susurraron, la profesora me miró y se rió levantando el dedo pulgar como signo de aprobación. Pasamos toda la clase hablando, me di cuenta de que era un achica muy lista, sabía tres idiomas y dominaba perfectamente las Matemáticas ¡Quién lo hubiese imaginado!

Marua había vivido en tres países diferentes. A la gente le cuesta imaginar y aceptar a personas diferentes, tenemos la mala costumbre de pensar que lo nuestro es mejor, sin preocuparnos de conocer algo más.

En mis largas conversaciones con Marua pude darme cuenta que son más las cosas que nos unían de las que nos separaba. Cuando la conocí tenía once años, cursaba sexto de primaria, le gustaba el deporte, sobre todo la natación, e ir al campo con la familia.

Yo no entendía por qué los chicos de la clase no querían conocerla y ella decía estar acostumbrada. Sin embargo, era mucho más generosa que todos nosotros. No sólo aceptaba nuestras costumbres, sino que participaba de ellas: daba clases de Religión porque era una forma de conocer nuestra cultura.

Este año que la conocí celebró la Navidad y le fascinó cuando junto a mi familia fuimos a ver los pasos de Semana Santa.

Fue el principio de uno de los mejores años de mi vida.

Conocer a Marua despertó mi curiosidad y se convirtió en una de mis mejores amigas.

Poco a poco despertó también la curiosidad de mis compañeros.

Años después sigue siendo una muy buena amiga y seguimos aprendiendo juntas lo enriquecedor de conocer otras culturas.

Solo basta con ser tolerante con la gente diferente y empatizar.

 

Irene Cárdenas Mosqueda

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