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Cuentos de Terror

Nuestros alumnos Manuel Vázquez de 6º A y Gonzalo Martín de 5º A han resultado ganadores en el Certamen de Relatos convocado por el Ayuntamiento de Tomares con ocasión de la Feria del Libro, que por desgracia no se llegó a celebrar.

Sin embargo, podéis disfrutar de estos cuentos terroríficos. Enhorabuena, chicos.

 

LA NIÑA DEL FARO

Autor: Manuel Vázquez

Cuentan que en la localidad de Sullivan (Estados Unidos) ocurrieron unos hechos extraños que ahora pasamos a relatar. Sullivan era un pueblo de la costa americana, que en verano se llenaba de turistas que querían disfrutar de sus amplias playas. En invierno, sin embargo, todo quedaba vacío, ya que las temperaturas bajaban bastante y ya no era un sitio agradable que visitar.

El monumento más importante de Sullivan era un enorme faro construido hace siglos, propiedad de la familia Greenclock y que servía para avisar a los barcos de la proximidad de las rocas por la noche. Hacía años que el faro estaba abandonado. Las últimas personas que habían vivido en él habían sido Peter Greenclock y su hija Verónica, que había fallecido en el mismo faro, en extrañas circunstancias. Desde entonces, nadie había vuelto a entrar en él. Peter había sido internado en un manicomio, donde había muerto unos años después.

 El único familiar que quedaba vivo de los Greenclock vivía en la otra punta del país y no estaba interesado en mantener la propiedad del faro, así que encargó su venta a una inmobiliaria de aquella zona.

Aquel día llovía a mares y hacía bastante viento. Samuel Robinson era un agente inmobiliario ya entrado en años y bastante grueso. Tenía las llaves del faro desde hacía meses, pero hasta entonces nadie se había interesado en él. Jimmy y Carlota Holler eran una pareja joven de recién casados, a los que siempre les había hecho ilusión vivir en un lugar como ese. No tenían hijos por el momento, pero sí un perro llamado Púas, que les acompañaba ese día. Púas era un chihuahua de color negro y no paraba de correr de un lado a otro.

-Hemos elegido mal día para venir a ver el faro (dijo Carlota mientras intentaba que su paraguas no saliera volando).

-Sí, he estado a punto de llamarles para quedar otro día (contesto Samuel, que estaba tomando un batido de chocolate y un sándwich mixto en su coche).

Los tres se dirigieron a la puerta del faro. Un trueno cayó cerca de ellos.

-Uhh, parece todo un poco siniestro (susurró Jimmy).

-Guau, guau, guau (intervino Púas).

El agente inmobiliario abrió la puerta, sonando un chirrido espeluznante. Los tres se quedaron un rato sin habla, decidiendo si entraban o no.

-No sé donde está la luz (soltó Samuel mientras apuraba un bocadillo de chorizo). Menos mal que he traído una linterna.

-Pues qué bien, yo encenderé la de mi móvil (dijo Jimmy).

El interior del faro estaba oscuro y sucio. La entrada no era muy amplia y enseguida se llegaba a una escalera de caracol que comunicaba las tres plantas. Nada más ver la escalera, Púas salió corriendo hacia arriba.

-Su perro es bastante nervioso, ¿eh? (preguntó Samuel, mientras abría un paquete de chocolatinas).

-Está acostumbrado a correr (contestó Jimmy).

De pronto, sonó un ruido en la planta de arriba, como si alguien hubiera golpeado el suelo varias veces. Al momento, Púas bajó la escalera, llorando y con el rabo entre las piernas.

-¿Han oído ustedes eso? (habló Samuel, al que se le cayó al suelo su helado de vainilla de la impresión).

-Debe haber sido el perro (dijo Carlota, sin evitar ponerse algo nerviosa). Mejor que vaya usted primero. Nosotros le seguimos.

-Samuel empezó a sudar. Había oído historias sobre aquel faro, pero jamás les había prestado atención. Para darse ánimos, sacó de su bolsillo un serranito envuelto en papel de plata y le dio un par de bocados.

-Vamos allá.

La primera y la segunda planta estaban vacías. El viento daba contra las ventanas del faro. De repente, se oyó una música como de violín. Del susto, Samuel perdió su linterna. Carlota empezó a temblar. Y por si fuera poco, se acabó la batería del móvil de Jimmy y todos quedaron a oscuras.

-Te dije que lo cargaras antes de venir.

-No pensaba tener que utilizarlo.

-Bueno, creo que lo mejor es que bajemos y dejemos la visita para otro día (propuso Samuel, con unas galletas oreo entre sus manos).

-Sí, a mí esto ya no me está gustando (dijo Carlota). Por cierto, ¿dónde está Púas?

-Creo que en la última planta, cariño.

-Pues ve a buscarlo, Jimmy, que es tu perro.

-Carlota, a mí la oscuridad no me va.

-Toda esta situación me está provocando hambre (dijo Samuel).

-Jimmy, o vas a por el perro o nos vamos sin él.

Jimmy Holler se hizo el remolón, pero finalmente se vio obligado a subir a la última planta. Los escalones crujían, mientas Samuel y Carlota lo esperaban abajo.

-Puas, ¿estás ahí?

La planta estaba amueblada y, al contrario que en las otras dos, todo estaba limpio. Sobre una mesa vio unas fotos enmarcadas. En ellas se veía a un señor mayor con una niña pequeña muy seria. Cada foto estaba rota por la mitad, de tal manera que a la izquierda siempre quedaba el hombre y al otro lado, la niña.

-Esto me da escalofríos (susurró para él Jimmy).

Entre la oscuridad, avanzó hasta el fondo de la habitación. Intentó encender el móvil, pero de los nervios se le cayó. Se agachó a cogerlo y cuando levantó la cabeza vio a la niña de las fotos con un camisón blanco levitando enfrente de él, con Púas en sus brazos. Del susto, Jimmy se quedó sin habla.

La niña hizo un tic raro, como si le fuera a caer la cabeza al suelo.

-No vuelvas. Este faro es mío (dijo la niña en un tono de voz muy muy bajo). Llévate a tu perro de aquí.

Púas saltó de los brazos de la niña y Jimmy bajó los escalones de tres en tres hasta llegar a la planta baja. No podía casi respirar. Samuel se dio cuenta de que estaba blanco y mientras mordisqueaba los últimos trozos de un brownie, le preguntó:

-¿Qué ha pasado ahí arriba?

-Jimmy, estás pálido (dijo Carlota).

Jimmy Holler tragó saliva y casi sin habla solo pudo contestar.

-Cariño, creo que he perdido todas las ganas de comprar este faro.

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EL COLGANTE DE CARLOTA

Autor: Gonzalo Martín Parra

 Érase una vez un colegio llamado “Gustavo Adolfo Bécquer”. Este colegio era muy tranquilo y estaba situado en un pueblo muy pequeño, donde nunca pasaba nada fuera de lo normal. El colegio tenía más de cincuenta años, pero se conservaba muy bien.

Un día, unos alumnos de infantil que estaban cavando en el arenero del patio, encontraron un collar. El collar era plateado, pero como había estado enterrado en la arena, estaba oxidado y no se apreciaba bien su brillo. Los niños se fijaron bien y descubrieron que el collar tenía un colgante que tenía grabado en él el nombre de CARLOTA.

Los niños le entregaron el collar a la directora y le dijeron cómo lo habían encontrado. La directora se fijó en una foto en la que ponía todos los nombres de los actuales alumnos del colegio. No encontró ninguna alumna que se llamara Carlota, así que les encargó a los niños que habían encontrado el collar que fueran preguntando por todas las clases si había alguna niña llamada Carlota. Cuando volvieron al despacho de la directora le dijeron que no habían encontrado a ninguna niña con ese nombre, así que la directora metió el collar en la caja de objetos perdidos.

 Desde ese día ocurrieron fenómenos muy extraños, nunca vistos en la historia: los grifos se abrían solos, las puertas se cerraban de golpe, las sillas flotaban, los libros volaban, los lápices y los bolígrafos escribían solos, las luces de los pasillos se apagaban sin motivo, la sirena de los altavoces se encendía a cualquier hora, se escuchaban carreras y pasos en los pasillos cuando no había alumnos caminando por ellos, se oían gritos en el gimnasio, los abrigos se caían solos de las perchas, los armarios se estampaban contra el suelo, los carteles se despegaban, las gomas borraban solas…

 Incluso un día la tiza estaba flotando y escribió en la pizarra: “PRONTO, PRONTO, TODAS LAS PERSONAS QUE HAY AQUÍ MORIRAN, OS LO ADVIERTO”.

 Los niños se asustaron y los profesores casi se desmayaron.

 Pasaron varios días así, y la directora y los profesores no sabían qué hacer. Llamaron a la policía y los hechos salieron hasta en las noticias de la televisión. ¡Hasta el alcalde y el cura del pueblo visitaron el colegio!.

 Después de lo sucedido, el conserje, un hombre mayor que trabajaba en el colegio, se enteró de lo que estaba ocurriendo y le contó a la directora que él era un antigo alumno del centro y que tuvo una compañera llamada Carlota, que murió en el colegio en circunstancias extrañas.

 La población dedujo que era el espíritu de la niña el que hacía todas esas cosas y tomaron una decisión: enterrar el collar en el cementerio.

Al día siguiente algunos trabajadores del ayuntamiento fueron al cementerio más cercano a enterrar el collar en la tumba de Carlota.

Desde ese momento, los grifos no se abrían solos, las puertas estaban siempre abiertas o cerradas, las sillas estaban en su sitio, los libros se podían leer, el material escolar no escribía solo, los abrigos estaban colgados en las perchas, los armarios no se caían, los carteles se podían pegar, las tizas no escribían solas mensajes con amenazas, y la directora, el profesorado y el alumnado pudieron vivir tranquilos, sin tener que desmayarse de miedo todos los días.

 

Literatura fantástica

El pasado 10 de marzo tuvo lugar el II Encuentro del Club del Libro del JRJ. La temática versaba sobre literatura fantástica. El alumnado había elegido títulos muy variados, desde clásicos como El Mago de Oz hasta grandes éxitos como la saga de Harry Potter o El Valle de los Lobos de Laura Gallego.

El alumnado había redactado preguntas sobre sus lecturas y a partir de ellas se organizó una gincana. Los participantes se dividieron en grupos heterogéneos: elfos, brujas, hadas, dragones, espantapájaros… Recorrieron los distintos puestos hasta contestar a todas las preguntas.

Y al final, como es tradicional, disfrutamos de una deliciosa merienda.

Ahora, más que nunca deseamos volver a reunirnos en el Club del Libro.